Aunque Hortensia siempre fue hija, sólo más tarde fue una
hija de puta. Pobrecita; desde el
comienzo estuvo cagada… la flaca tuvo tanta mala leche que nació en el seno de
un matrimonio extremadamente católico: sus dos padres eran simplemente (complicadamente)
unos jodidos cuadrados.
De chica, Hortensia no tenía permitido hacer otra cosa que
tejer y leer la Biblia. “De casa a la escuela y de la escuela a casa”, le decía
su madre. Por supuesto, la cantidad de amigas que la pobre Horte pudo conseguir
en esos años no fue mucha. Nunca una muñeca, un chisme o un comentario sobre un
programa de radio o televisión… ¡y ni a palos el último sencillo de Salvatore
Adamo! Es decir: nada que aportar a una ronda de muchachitas. Y ninguna ronda
de muchachitas que quisiera, tampoco, a la pobre Hortensia.
Desde jardín de cuatro hasta quinto año de la secundaria su
única amiga fue una vecina: Betty. Y esto gracias a que Betty sabía cómo venía
la mano con los viejos de Hortensia. “La culpa no es del pollo sino del horno”,
le explicaron muy sintéticamente sus padres. Bastante meritorio, para una pre-púber,
entender que no todo el mundo es como quiere ser, sino que la más de las veces
se es como se puede. De todos modos, y a pesar de esa comprensión, la amistad
entre estas dos purretas medía 350 metros y duraba unos veinte minutos[1]…
-
Anales de la Inquisición personal padecida por Hortensia
Rodríguez a manos de sus padres, don Atilio y doña Elisa Rodríguez:
De bebé, antes de que la diagnosticaran epiléptica, le
creyeron poseída por Satán: las bestias pretendían practicar un exorcismo a la
criatura; por suerte el cura al que consultaron no era tan boludo como para
meterse en un delirio tan groso. Lástima que el pobre murió al año siguiente,
siendo su lugar en la diócesis ocupado por el padre Brunet, cuyas aspiraciones
arcangélicas tendrían algún peso sobre Hortensia años más tarde.
A los tres años, por haberse metido una manito adentro de la
bombachita, consideraron a Hortensia una pajera; es decir, una pecadora.
Solución: dejarla arrodillada, con las rodillas al descubierto, por supuesto,
sobre arroz hasta que cayera dormida por el agotamiento producido por la falta
de comida, el llanto continuo y una vituperación del estilo: “¡Enferma,
pecadora! ¿Por qué Dios nos castigó con vos? ¡Sí, eso sos: un castigo divino!
Una prueba de fe… ¡Castigo, castigo! ¡Castigo, castigo!”.
A los ocho, como regalo de cumpleaños, recibió su propio
disciplinario para que se administrara los castigos que ella sabía se merecía
cuando sus padres no estaban disponibles para infligírselos o, simplemente,
cuando supiese que la vergüenza del pecado cometido era tan grande como para no
poder confesarlo sin una autoflagelación preliminar que le diera el coraje para
peticionar el verdadero castigo.
A los nueve, con la primera Comunión, le regalaron cuatro
días de ayuno total para purificar el cuerpo que iba a recibir por primera vez
al cuerpo transustanciado de Jesucristo. Casi hospitalizan a la nena cuando
tomó el horrible vino patero que le ofrecieron con la hostia. Por miedo y “respeto”
aguantó y tragó su vómito ocho veces hasta que terminó la misa, luego salió
corriendo por un costado de la iglesia hasta la calle y, finalmente, expulsó el
vómito. Acto seguido se desmayó. Al recuperar la consciencia no logró encontrar
a sus padres: estaban más preocupados en excusarse con Brunet por el
incorregible comportamiento de su hija que por ella en sí.
Finalmente, y para abreviar horrores, a los quince años,
cuando le vino por primera vez (casi como Carrie,
de Stephen King), le dijeron que esa era la forma que tenía Dios, a través de
su cuerpo, de advertirle que si un hombre la tocaba antes del matrimonio, ella
se desangraría hasta morir. Hortensia juró castidad hasta la muerte para no
arriesgarse a que el sacramento marital no pasase por el bureau teológico y ella cayera en la volteada sin comerla ni
beberla. De pedo no se hizo monja de encierro. Igualmente, ¿para qué iba a
hacerlo si ella ya estaba encerrada por la influencia de sus padres?
-
A los treinta años Hortensia conoció al que sería su futuro
esposo: el Dr. Héctor Giménez, médico gerontólogo. El atendía a su madre, doña
Elisa, la cual, a pesar (de Hortensia, sobre todo) de que sobrevivió a don
Atilio unos tres años, estaba hecha una piltrafa demenciada.
Una de las tres únicas cosas buenas que hizo Giménez por
Hortensia fue avalar una teoría que ella cultivaba desde pequeña: su madre,
finalmente, había sido declarada clínicamente loca. Un sello con matrícula da otro tipo de textura a la realidad:
las verdades parecen más verdaderas. Pero no fue casualidad que este hombre
atendiera a doña Elisa; encajárselo fue una de las últimas hijadeputeses que el
padre Brunet le hizo a Hortensia antes de morir (asesinado por la organista de
la iglesia).[2]
Cuestión… la pobre Hortensia, que había sido sumisa a sus padres toda su vida,
ahora que parecía que iba a tener un respiro, era recapturada por las garras de
este otro sádico salido de las entrañas de la medicina.
En cuanto murió doña Elisa, el Dr. Giménez y Hortensia se
casaron. Podría argumentarse que estando todos los previos dictadores muertos
ya nadie podía obligar a Hortensia a hacer lo que ella no quería hacer. Pero, y
este es el verdadero problema, ella no sabía qué es lo que no quería. Verán,
cuando toda tu vida eligen por vos, la voluntad, que es como un músculo, se te
atrofia, y después llegás a un punto en el que no sabés si querés un saco de
tres o cuatro botones, y rogás que algún vendedor te acose para quedar salvado
de elegir mediante la imposición del consejo, la moda y el falso elogio.
Al ser desvirgada en la noche de su matrimonio, Hortensia
pensó que instantáneamente iba a explotar: como Johnny Depp en la primera de
Freddy Krueger, que queda todo licuado en el techo de su habitación. Por
suerte, parece que San Pedro había recibido la papeleta de su casorio y nadie
se desangró. Además, aprovechando la espaciosa casa que le quedó a Hortensia,
Giménez se mudó con ella, abandonando finalmente el nido paterno en el cual aun
vivía (teniendo treinta y cuatro años). Héctor, aunque menos que Hortensia,
también había sido signado por un matrimonio ultraconservador y ultracatólico;
pero su profesión lo había curtido distinto: le daba un poder al que Hortensia
jamás tuvo acceso. Con ese poder, el forro mantuvo a Hortensia comiendo de la
palma de su mano. Literalmente. “Es hora de tu alpiste, mi petirrojo”, le decía
el Dr. Y si ella no iba piando y dando saltitos cuando la llamaba, él la fajaba
y la encerraba en una jaula enorme en el sótano insonorizado que hizo construir
en la casa con ese único y sádico fin.
-
Los Giménez tuvieron una nena a los dos años de casarse
(esta fue la segunda cosa buena que el Dr. hizo por Hortensia): la llamaron
María de las Mercedes. Quienes la conocieron y no la llamaban “boluda” o “pelotuda”,
le decían “Mecha”/”Mechi”/”Mechita”, como es costumbre.
Des-afortunadamente, el Dr. Giménez murió en un accidente automovilístico al año de haber nacido la chiquita (esta, como el avispado lector habrá sabido anticipar, fue la tercera y última cosa buena que este hombre hizo por su mujer), dejándole a Hortensia una suma de dinero nada desestimable, que se volvió cuantiosa cuando los padres del difunto doctorcito también estiraron la pata. Siendo Héctor su único hijo y Mecha su única nieta, ésta heredó de sus abuelos casas, terrenos, campos, etc. De todos modos, estos viejos vivieron bastante tiempo tras la muerte de su querido hijito; casi hasta que Mecha había cumplido sus dulces dieciséis. Así, pudieron ejercer su influencia psicológica, religiosa, económica y moral sobre “la viuda del ‘nene’ y su pobre hijita.”
Des-afortunadamente, el Dr. Giménez murió en un accidente automovilístico al año de haber nacido la chiquita (esta, como el avispado lector habrá sabido anticipar, fue la tercera y última cosa buena que este hombre hizo por su mujer), dejándole a Hortensia una suma de dinero nada desestimable, que se volvió cuantiosa cuando los padres del difunto doctorcito también estiraron la pata. Siendo Héctor su único hijo y Mecha su única nieta, ésta heredó de sus abuelos casas, terrenos, campos, etc. De todos modos, estos viejos vivieron bastante tiempo tras la muerte de su querido hijito; casi hasta que Mecha había cumplido sus dulces dieciséis. Así, pudieron ejercer su influencia psicológica, religiosa, económica y moral sobre “la viuda del ‘nene’ y su pobre hijita.”
¡Pobre Hortensia! De mal en peor… Y encima ahora tenía a
Mechi, que emprendía el mismo camino que ella: una vida de vejaciones
multidisciplinarias socialmente aceptables de las que no había escapatoria.
Finalmente, aunque quizá demasiado tarde, después de
cuarenta y ocho años de represión constante, Hortensia había sido liberada. Ni
madre, ni padre, ni esposo, ni suegros… De ahora en más serían solamente ella y
su hija: “nadie, nunca, nos va a volver a meter un dedo en el culo”, le dijo
Hortensia a su hija mientras cerraban el mausoleo de los viejos Giménez.
Sin embargo, y verdaderamente me apena decirlo, Hortensia ya estaba cagada pa’ siempre. Había sido un volcán durmiente y en ese momento, por fin, podía hacer erupción.
Sin embargo, y verdaderamente me apena decirlo, Hortensia ya estaba cagada pa’ siempre. Había sido un volcán durmiente y en ese momento, por fin, podía hacer erupción.
¡CATACLISMO!
¡DEBACLE!
¡CORRAN, CORRAN QUE SE VIENE!
¡DEBACLE!
¡CORRAN, CORRAN QUE SE VIENE!
Hortensia Rodríguez, viuda de Giménez, que siempre había
sido tomada como punto por todos los hijos de puta que entraban en su radio de
percepción, ahora podía tomar el látigo
existencial e infligirle un profundo daño a otro ser humano: lástima que la
única persona que le quedaba en el mundo era Mechita, su hija. Pero bueno, era
lo que había; y no por quererla iba a dejar pasar esta oportunidad de proyectar
algo de su infelicidad. Eterna víctima, Hortensia iba a torturar a su hija
hasta que ésta se la agarrase con ella de vuelta, y así, hasta que cada una
fuese castigada por la otra sin ninguna razón… a menos que valga como tal el puro
delirio patológico-ancestral de vieja chota que está en los rincones del
corazón de toda madre[3].
-
—¡Sean Connery! ¡Decime que sos Sean Connery!
—¡Pero, mamá!
—¡Cógeme James! ¡Cógeme! ¡DALE, hija de putaaaaaaaa!
—¡Pero, mamá!
—¡La reputa que te parió, Mercedes! (¡O sea, YO!) ¡Ya me ataste, ya tenés el vergón ese enganchado, ya me escupiste las tetas! ¡Ahora me cogés bien cogida por el orto porque si no cuando me desates te hago tragar aceite de castor y vaselina hasta que cagues un pulmón! ¡FOOOORRRRRRAAAAA!
—Sí, mamá…
—¡Pero, mamá!
—¡Cógeme James! ¡Cógeme! ¡DALE, hija de putaaaaaaaa!
—¡Pero, mamá!
—¡La reputa que te parió, Mercedes! (¡O sea, YO!) ¡Ya me ataste, ya tenés el vergón ese enganchado, ya me escupiste las tetas! ¡Ahora me cogés bien cogida por el orto porque si no cuando me desates te hago tragar aceite de castor y vaselina hasta que cagues un pulmón! ¡FOOOORRRRRRAAAAA!
—Sí, mamá…
Y Mecha dale que dale por el ojete a la madre. Dun dun dun. La piba lloró las primeras cien
veces. Y sí… obvio. ¿Cómo no hacerlo? Pero después algo se rompió (además del
culo de Hortensia, claro). Algo adentro de cada una de las partes involucradas.
Hortensia, como toda la vida había sido sodomizada por su
entorno, cuando se encontró en la posición de sádica ella misma, tuvo que
retorcer todo hasta que fuese a la vez víctima y victimaria. (Algo para que
tengan en cuenta: la masoquista es más poderosa que la sádica; sin aquella, ésta
no sería nadie.) Pero Mercedes, la inocente Mercedes, no tenía esa suerte
mixta: ella era pura víctima; víctima de una madre que continuaba una tradición
de mierda.
—¡Puta de mierda! –Le gritaba Hortensia, envejecida, a su triste
hija.
—¿Qué hice ahora, mamá?
—¡No me cogés, puta! ¡PUTA BOLUDA!
—Pero, mamá, hoy es jueves y todavía es de día. Siempre hacemos eso los martes y los sábados. Y siempre hay que esperar a que anochezca. Eso me lo dijiste vos.
—¿Qué hice ahora, mamá?
—¡No me cogés, puta! ¡PUTA BOLUDA!
—Pero, mamá, hoy es jueves y todavía es de día. Siempre hacemos eso los martes y los sábados. Y siempre hay que esperar a que anochezca. Eso me lo dijiste vos.
Mecha ya tenía casi cuarenta y dos. Hortensia setenta y
cuatro: infeliz y vieja, calco desfasado de su madre, finalmente también enloqueció…
quizás desde siempre lo fue haciendo…
—¡David Duchonvy! —Gemía Hortensia— ¡Quiero que me gaaaaarrrrrche
bien cogida David Duchovny! Decime que sos Mulder, puta. ¡Neeeeeegra! ¡Daaaaaaaaaaaaleeeeee!
¡Conchuda!
Sacando un vibrador luminoso con forma de delfín rojo de una
canasta floreada que estaba al lado del sillón del living, Mercedes arremetió
contra su madre, tumbándola, al grito de:
—¡Tomáaaaaaa, Scullyyyyyy! ¡Puta, putaputaputaputaputaputaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAHHHHH!
—¡Tomáaaaaaa, Scullyyyyyy! ¡Puta, putaputaputaputaputaputaaaaaaaaaaAAAAAAAAAAAHHHHH!
A pesar de todo lo retorcido de esto, sus cuerpos producían
orgasmos. Pura inercia. Pura física, fricción. Frotamiento. Los de Hortensia
eran sumamente violentos; es que, recién con su hija tuvo el primero de su vida
(y todos los otros también). Claro, el consolador con el que Mecha la ensartaba
era de 40 cm de largo x 16 de circunferencia. Siempre por el culo. Siempre, hasta
que alguna de las dos se desmayara por agotamiento. Después, cualquiera de las
dos, sabiendo que estaba a salvo de la mirada escrutadora de la otra, lloraba
mientras desarmaba la escena.
-
A los ochentaiún años, y con el culo deformado, Hortensia
por fin se murió. A pesar del alivio que sintió cuando finalmente sucedió esto,
Mecha ya estaba grande, frígida y dañada como para encontrar a alguien que la
sacara del negrísimo abismo en el que la habían arrojado. Un descenso al Maelström, pero en la vida real.
Un día, algún tiempo después de que había muerto su madre, Mechi
apareció asesinada en su living. La encontraron de casualidad, porque empezó a
apestar a la cuadra.
Algunos vecinos se enteraron de rebote que hubo rastros de una tortura y violación post-mortem. Se ve que la pobre Mecha estaba tan rota en vida que sólo muerta podía ofrecerle algo a alguien…
Algunos vecinos se enteraron de rebote que hubo rastros de una tortura y violación post-mortem. Se ve que la pobre Mecha estaba tan rota en vida que sólo muerta podía ofrecerle algo a alguien…
[1]
Esas cifras las obtenemos de la siguiente manera:
Cantidad de cuadras que separaban la cuadra de sus
casas de la escuela = 5
Cada cuadra mide 100m; entonces: 5 x 100m = 500 m.
Más 10m de excedentes de esquinas y bocacalles por
cuadra: 500m +50 aprox. = 550 aprox.
Menos la media cuadra inicial, ida y vuelta, del
recorrido para evitar que los padres de Hortensia le dijeran de cosas como “no
te juntes con esa bataclana que no hace más que cotorrear con sus amiguitas
atorrantas vestidas todas como prostitutas en la puerta del club”: 550 m – 100
m = 450 m.
Menos la media cuadra inmediatamente anterior a la
escuela, también ida y vuelta, para que las intolerantes amigas de Betty no le
dijeran otra vez cosas como: “¿qué hacías con esa pelotuda, Betty?” “¿En serio
habla? Siempre está con esa cara de boluda
santurrona, ¡me pone frenética!”, etc.: 450 m – 100m = 350m.
Y después calculamos la caminata con charla a casi dos
minutos por cuadra: nueve minutos de ida y nueve de vuelta… (la juventud tiene
un ritmo loco.)
[2]
Cuenta la leyenda que Brunet se
encontraba con la mina casi a diario en su habitación, hasta que a ésta se le
“llenó la cocina de humo” y el tipo la quiso hacer desaparecer. Parece que la
mina lo primerió: ¡bien hecho! Por supuesto, para el rebaño del viejo padre
Brunet, el cura murió de un horrible y casual accidente de intoxicación, en el
que se fumó el contenido de un Raid mata-cucarachas enterito mientras estaba
encerrado en un confesionario. El poder de la fe (y de una diócesis) hace milagros.
[3]
¿Ven? Lai Chú, el Monstruo, tiene
razón: las madres siempre le ganan a sus hijas. O te hacen mierda y quedás
hecha una piltrafa por la vía directa, o te llevan a que te hagas mierda vos
solita, por la vía indirecta. En el caso de doña Elisa, la madre de Hortensia,
hubo un doble triunfo: no solo destrozó directamente y sin tapujos la vida de
su hija, sino que, encima, llegó hasta su nieta, a la que ni siquiera conoció,
por la vía indirecta. (Cf. Sí, soy mala
poeta pero…, La hija de Kheops y Manual
sadomasoporno: ex tractat)
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